Aquella noche caminaba sola por Santiago,
sentía las gotas cayendole sobre sus manos, como esperando empaparle hasta el último hueso.
En aquella huida que tantas veces había repetido cruzaba la plaza de Obradoiro y resbalaba por los jardines de aquel pequeño convento, escuchando como sus jardínes la envolvían de nuevo en su refugio.
Otra vez aquel camino, otra vez aquel lamento, otra vez aquella lluvia que empapaba su ropa, otra vez aquellos pasos lentos y otra vez aquel arpa que tan tarde rompía la soledad de las calles, y la enriquecía al mísmo tiempo..
Había vuelto a aquella ciudad como cada vez que perdía, había vuelto a llorar.
Había vuelto a ver su cielo gris en sus calles antiguas, para sentirse derrotada y renacer.
Pero esta vez ya no podía y renunció a levantarse.
Ella quería descansar en esas calles escuchando por última vez aquella dulce música del arpa mientras la lluvia la arrastraba poco a poco.
Había emprendido el camino ya varias veces y siempre acababa en Santiago llorando su derrota, lastimadas ganas de quien siempre escucha chover.
Echaba de menos sus calles donde siempre vivía su alma, triste y hermosa, aquella mujer sentía que no deseaba seguir buscando, que se quedaría en Santiago. Y descansa allí desde entonces.
Y si caminas de noche por Santiago mientras chove y suena un arpa, detente y escucha.
Porque en aquella esquina de la plaza que acaba en cuesta a las puertas de lo que hoy en dia es un parador descansa mecida y son sus lágrimas las que mojan Santiago...